De antiguo es conocida entre el mundillo taurino esa frase que dice: “los toreros de arte a torear, y los de agallas -se emplea otro término- a mandar”. Una más bien, que no ha perdido vigencia a pesar de lo devaluado que actualmente está el toro en lo que a imponer respeto se refiere. Generalmente, al torero excesivamente valiente raramente le acompaña en la misma medida el arte; y el que se muestra como un gran artista no suele estar muy sobrado de valor.
En los tiempos que corren y como consecuencia del público que mayoritariamente se da cita en las plazas de toros, a esta escala de valores se han añadido otros con los que calar en los tendidos, unas cualidades que para algunos espadas constituye su mejor argumento profesional, y hasta podríamos admitir como necesarias si reparamos en la vulgaridad imperante entre la torería actual. Nunca ha existido tanta carencia de figuras auténticas como la que en la actualidad está padeciendo el toreo, de ahí, que los aficionados que aún quedan en activo tengan depositadas sus esperanzas en esta nueva hornada de matadores de toros, entre los que predominan claros deseos de realizar un toreo por derecho. Ojalá cuajen varios de ellos para que la Fiesta no tome unos derroteros que le alejen de su esencia fundamental.
Nos decía nuestro estimado compañero y amigo José María Montilla, y compartimos plenamente su opinión, que de seguir la feria de Madrid con esas solitarias concesiones de orejas por torero podría ocurrir, que, finalizado el ciclo, los aficionados solo retengan en su retina, a pesar de que no tocara pelo, las pinceladas de arte de Morante de la Puebla. Lástima que los toreros de este corte se prodiguen tan poco en los ruedos.