Malaya, primero y Astapa, ahora, nos situan ante nuestra propia perplejidad colectiva…¿Puede un dios todopoderoso, ser corrupto?…
La reacción de las fuerzas ‘vivas’ ante la acción de la justicia de Madrid, sacando al alba y de su propia casa a nuestros dioses locales constituye, en sí misma, todo un botón de muestra de la ciudad que estamos edificando, y de nuestra alevosa pretensión umbilical de pensarnos capital cultural de Europa para el 2016.
Sandokán emulaba la figura de un dios de Cañero, una especie de chamán de corte primitivo que ilusionaba al pueblo, tanto por su cercanía como por su derroche y prepotencia unipersonal. Sandokán era el patriarca, y llegó a ser hasta el San Rafael de la ciudad.
La deidad de Pepe Romero es otra cosa. Se fabrica en la trastienda política recogiendo en nómina a los más destacados ‘egresados’ de la transición y emula una estructura piramidal, con ‘la familia’ en su vértice superior.
De carácter más discreto, el patriarca de la familia Romero, ha practicado siempre la política de querer y dejarse querer. Una buena estrategia para terminar rodeado de la élite ‘pensante’ de la ciudad que siempre ha querido progresar económicamente, pero que sin el maná (patrocinio) de Prasa, difícilmente lo hubiera conseguido. Esta cartera es grande.
Andar por los pasillos de su edificio central en Córdoba, es como disfrutar de un museo viviente de los distintos estratos políticos y económicos de la transición política local y regional.
Romero es afable, discreto, de poca palabra, muy acostumbrado a que le pidan, menos acostumbrado a dar. Su despacho se asemeja más a una tienda de decoración de los años 50. Apartando los ceniceros, todo lo demas es de exposición.
Romero, es por tanto, una deidad que se extrae de los años 60 y 70 cordobeses. Un chamán que emula la pequeña burguesía local naciente entre la Calle Nueva, y Cruz Conde en el franquismo tardío.
Por eso, y a diferencia de Sandokán, alrededor de Romero no se aglutina el pueblo, en primera instancia, sino la burguesía lampante de la ciudad. Derecha, izquierda, centro y todo político con cargo público contempla la posibilidad de pertenecer a la nómina de Prasa en algún momento. Y esto sin hablar de los agentes empresariales, sociales, etc.
Su patrocinio del Córdoba Club de Fútbol es un botón de muestra de esa ‘distancia’ al pueblo; ‘patrocina, pero no se mezcla’. Campanero es su hombre para ello.
Esta vez, la sombra incorrupta de la justicia ha tocado a la segunda deidad económica de la ciudad; la deidad de la burguesía emergente, y la ciudad se ha conmovido.
Las exclamaciones de ‘inocente’ y ‘error de la justicia’ que se han oído de labios influyentes -aunque asalariados de Prasa-, descubren la extensión del drama… ¿Puede un dios todopoderoso ser corrupto?…
Los fieles plantan cara e incluso niegan a la justicia su función de investigar bajo sospechas…¡Dios no puede ser corrupto, ni siquiera se le puede arrojar sospecha. Es una blasfemia!
Sobre el nerviosismo de los fieles, contrasta la imagen de ‘tranquilidad’ del protagonista, que sabe que los ‘daños colaterales’ se ciernen como consecuencia sobre su feligresía. De ahí los nervios y miedos de los vasallos.
Gran parte de la factura de Astapa, al igual que la de Malaya la pagan los feligreses de cada una de las deidades afectadas. Y por ende la ciudad que descansa su sueño en dioses tan efímereos y frágiles que no nacen de las bondades del trabajo, sino de los lujos de la especulación.
Con esta realidad ante nuestros ojos, Córdoba no puede plantearse hoy la capitalidad cultural del continente que dió luz y amparo a toda la cultura de occidente. Este disparate, descubre simplemente la ignorancia y el desprecio tan supino a todos y cada uno de los valores de nuestra cultura occidental.
En todo caso Córdoba representa ahora la anticultura del chollo y la mediocridad elevada al lujo del dinero ‘fácil’, insolidario y antisocial.
Nuestros dioses son de calderilla porque nuestra feligresía es profundamente mediocre y no da para más. Décadas despues seguimos bajo el síndrome de “El Cordobés” que, como me contaba mi abuela, levantaba los fervores de la Córdoba hambrienta repartiendo por las calles de los años 60 billetes de 20 duros.
Ese sigue siendo nuestro modelo; el del rico que reparte caridad. El mismo modelo que se repite año tras año en la Cabalgata de los Reyes Magos, donde la ilusión del pueblo consiste en ‘matarse’ unos con otros para llevarse los caramelos que nos ‘tira’ el Rey….
¡Basta ya de culturas de la caridad!
Si el suelo es un derecho natural, tan natural como el agua, ¿Cómo es posible que a ese mismo suelo se le puedan tolerar tan descomunales plusvalías, como para generar, de la nada, dioses tan inflados?
¿Acaso la corrupción no está ya implícita en la misma raíz de cómo estamos negando ese derecho natural?
Pero lo más curioso de lo que nos pasa es el hecho de que estos dioses del ladrillo urbanístico se han creado en la única capital de España gobernada por Izquierda Unida…
¡Caramelos para el Pueblo!…
Pero hay más…eh!