La última ocurrencia vanguardista en la arcadia multicultural y la tolerancia solo con los que piensan como ellos ha sido un concurso de degustación de caracoles. El caracol es un animal venerado en esta ciudad ufana, sobre todo por el ritmo que el propio bicho tiene, muy parecido al de construcción de palacios de congresos o rondas variadas, despacito o lento, o sea. Esta sabrosa y feliz iniciativa no sé si ha partido por algún grupo de bien remunerados asesores- intelectuales de progreso, como sabemos- pintores de muros inocentes, diseñadores ultracontemporáneos o es, en sí mismo, algo de la capitalidad cultural que todo lo puede. Pero sospecho que, amén de los habituales estómagos agradecidos y sonrientes, debe ser perpetrado por auténticos estómagos de hierro, acostumbrados a recepciones, peroles, medios mitad y mitad, pastelones cordobeses con cabello de ángel-arcángel en este cordobita caso-y rincones cubanos de ferias abiertas y participativas. Colijo, por tanto, que esta es una iniciativa peñística ideada por peñistas y para peñistas, que, de puesto en puesto, irán catando bichitos, vasos con caldito y mondadientes triunfal. Un ladrillo más en la construcción de la capital del futuro que tanto anhelamos. Lo malo es cuando tanta variedad de aderezo diga de salir para afuera al final de la ruta. Lo sufrirán en silencio, estos ideólogos de la tradición.
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